Desde Sotuta, exponen los desafíos que enfrentan ante el despojo ambiental en la península de Yucatán
Este 22 de marzo, mujeres mayas que luchan por la salud, la memoria y el bienestar de la península de Yucatán se reunieron para conversar en el marco de las actividades del Encuentro de Conocimientos Indígenas y Tradicionales de la iniciativa Imaginando Futuros y Cultiva Alternativas de Regeneración en Sotuta, Yucatán.
En presencia de 30 personas de distintos países como Tanzania, Kenia, Colombia, Perú, Canadá, Estados Unidos, Australia y varias partes de México, explicaron cómo desde sus propios territorios se articulan para hacerle frente al despojo que provoca la crisis de salud y medioambiente que se vive en la península.
El conversatorio estuvo guiado por Leydy Pech, apicultora y activista de Hopelchén, Campeche quien en 2020 recibió el máximo galardón internacional al medioambiente, el Premio Goldman, por un conflicto que no se ha resuelto: la contaminación por glifosato de la soya transgénica de la comunidad menonita. Estuvo junto con sus compañeras de la organización Muuch Kambal: Andrea Pech, Socorro Pech y Leonor Pech.
También estuvieron presentes Alika Santiago, cofundadora del colectivo K’luumil K’ooleloob de Bacalar, Quintana Roo, y Dulce Magaña, directora de la organización Tuumben K’ooben, una cooperativa de Felipe Carrillo Puerto, Quintana Roo.
Comenzaron explicando que aunque la península se divide en tres estados (Yucatán, Campeche y Quintana Roo), en realidad la historia de los pueblos mayas no responde a esos límites geográficos sino que está enmarcada en la herencia del conocimiento e interacción de los recursos naturales y el medioambiente que comparten los tres territorios.
“No nos quieren ver juntos pero así es nuestra historia: juntos. Somos un territorio y esa división nos ha llevado a esa fragilidad. Nos heredaron el conocimiento del agua, las semillas, plantas medicinales, abejas y animales. Ante los megaproyectos que están llegando a nuestros territorios miramos cómo están despojando nuestros conocimientos poniendo en riesgo la vida y la salud”, explicó Leydy Pech.
La lucha es compartida porque los recursos también lo son: el agua que está envenenando el glifosato y la contaminación de las granjas porcícolas se va a toda la cuenca del agua subterránea que corre por toda la península.
Cuestionaron las políticas que buscan un “desarrollo” en las comunidades a costa de las plantas medicinales, las cosechas, las abejas, la selva y la salud de la comunidad.
“¿Desarrollo para quién? Ese desarrollo no está pensando en nosotros”, agregó. El pueblo de Hopelchén ahora resiste a los transgénicos que no son sólo la soja: también el arroz, maíz, y toda la industria agrícola. Es uno de los municipios con más deforestación a nivel nacional y la llegada de estos proyectos también han roto el tejido social de la comunidad.
“Pero nos quedan los cimientos, las comunidades. Eso es lo que no nos han podido quitar, lo que yo sé, lo que me enseñaron y lo que es importante para la vida de las siguientes generaciones”, explicó Pech.
Para Alika Santiago la salud, el acompañamiento y la memoria para cuidar el territorio es un enfoque necesario en la resistencia, pues es en el cansancio y el deterioro físico donde comienza a desgastarse la defensa.
“Hemos encontrado en el óol el estado de bienestar que se construye colectivamente. Es la fuerza vital que depende de que haya un equilibrio en la mente, espíritu y energía. Cuando hay una intervención en los vínculos sociales o el vínculo con el agua, la tierra, la lectura del viento, también hay una repercusión en el cuerpo”, explicó.
La postura política de la colectiva de K’luumil K’ooleloob reside en los cuidados y territorios íntimos que se tejen con las niñas, niños, jóvenes y mujeres de las comunidades. Parte de la recuperación y la conservación de esos conocimientos tiene que ver con la rescritura de los mismos: “En nuestra cosmovisión maya también hay muchas violencias y hay que enunciarlas. Hay que sembrar nuevas semillas. Mientras unas defienden en el frente, otras tenemos otras labores que complementan la lucha, como hacen las abejas y las arañas“, dijo Alika Santiago.
En las conversaciones del Encuentro de Conocimientos Indígenas y Tradicionales ha surgido la inquietud sobre cómo abordar desde la academia, la investigación o incluso el arte los saberes de los pueblos originarios de manera ética. En las reflexiones de varias personas invitadas está presente la preocupación por no extraer conocimientos que sólo beneficie a quienes entran a un territorio como extranjeros y, en cambio, pueda ser un aprendizaje de ambas partes. Sobre esto, Leydy Pech respondió: “Valoro que haya organizaciones que de buena fe llegan a ayudar, pero también es necesario hablar de quienes se han robado ese conocimiento o esa experiencia”.
Compartió que durante el proceso de difusión del documental ¿Qué les pasó a las abejas?, largometraje que fue nominado a los premios Ariel en 2022, se privilegió el material como una obra artística antes que como una herramienta para el pueblo protagonista de Hopelchén. Aceptaron contar su historia porque vieron en el registro una oportunidad para visibilizar lo que les sucedía, sin embargo, el documental sólo sirvió para concursar a premios y festivales, pero no para compartirlo libremente con los pueblos.
“Queríamos que el documental se usara en las escuelas de manera educativa, como parte de nuestras organizaciones comunitarias y para que otros pueblos vieran lo que estamos viviendo. Pero el proyecto se hizo para su gira en otros países. Cuando intentamos llegar a un acuerdo nos volvieron a decir que no podía ser de difusión libre porque el documental “estaba en su mejor momento, triunfando, caminando por el mundo”.¿De qué me sirve que los franceses lo vean? No es lo mismo que lo vean en los pueblos, en las escuelas. Que lo vean mis nietos y mis hijos y sientan orgullo de su abuelo y su papá. Siempre pensamos que el extractivismo venía de otro lado, nunca pensamos que viniera por ahí”, aclaró.
Ahora quienes reclaman el derecho de contar su historia son ellas y ellos mismos. Las colectivas apuestan por las infancias para sembrar esas nuevas semillas, para mostrarles a las y los jóvenes todo lo que hubo antes y a preguntarse por qué ya no está.
“No está perdido porque estamos vivos. Y los que tenemos este dolor tenemos que transmitir el conocimiento y el coraje”, agregó Pech.
La dignidad del pueblo maya fue un tema que atravesó la conversación, pues es la herida racista de no sentirse digno lo que ha provocado que se privilegie esa visión del “desarrollo”, de acuerdo con Alika Santiago.
“Siempre ha venido una mirada que se cree superior y nos ha hecho pensar y sentir que lo que sabemos no es importante. Nos hace renegar de lo que aprendimos y es ese uno de los principales despojos, el que tiene que ver con el ser. Ese modelo de progreso se nos ha impuesto por todas las vías: estados, religiones, servicios de salud, nos han hecho sentir a los pueblos que estamos incompletos y que ellos nos van a enseñar”, explicó.
Incluso el hecho de que haya personas de las mismas comunidades que toleren o colaboren con ese despojo parte de esa herida, de la falta de arraigo que hace ceder lo que ha sido suyo desde siempre: “Ya no piensan en la conservación, en el futuro de las generaciones por venir, como sí lo hicieron los abuelos”, agregó.
Ahora tratan de volver a esa primera semilla y sentirse completos, y reconocer que a pesar de la violencia no han podido acabar con el pueblo maya: Hay muchas cosas que defender todavía, coincidieron.
“El Tren (Maya) nos ha dejado mirar la capacidad que tienen el Estado y las empresas de entrar con violencia a un territorio y partirlo”, dijo Alika Santiago, pero luego recordó que ellas también se sostienen organizativamente con más de 60 comunidades.
Aunque la lucha sea en el territorio, la defensa está en la estrategia, lo jurídico, lo administrativo, la comunicación y el fuego que sostiene lo demás: el cuidado. El cuidado, aclaró, es colectivo en los pueblos. La crianza -como la siembra- era y sigue siendo colectiva.